Retomando la serie de músicos callejeros que Pettoruti inició en 1920 con El flautista ciego, La canción del pueblo construye la composición presentando en primer plano un trío conformado por guitarrista, bandoneonista y cantante en plena ejecución, con sus instrumentos y partituras, contra un fondo netamente urbano. El guitarrista reproduce fielmente la matriz de su obra de título homónimo, realizada en 1920. Si bien la articulación plástica de las figuras está planteada a través de una acentuada geometrización de las formas y la aplicación de colores planos, la combinación de cromas elegida deja percibir en ciertos sectores –el edificio en el sector central, los rostros de los músicos, el fuelle del bandoneón– una iluminación independiente de una fuente lumínica determinable. Esta luz no genera claroscuro, pero sí un espacio, ambiguo e irreal. Se ha destacado, en relación con este aspecto, su conocimiento de las soluciones espaciales halladas por la pintura metafísica de De Chirico. La actitud general opuesta al subjetivismo, la acentuación del trabajo por planos geométricos de color y la incorporación de la figuración –que admite nuevamente las líneas curvas irregulares– acercan la obra a la poética de un segundo momento cubista, en el que prefirió una organización sintética y armónica de formas condensadas a la fragmentación de las relaciones espaciotemporales. La presencia de ciertos estilemas, como el damero o el puntillado en su sintaxis, y la valoración de la tradición clásica de la pintura para la elección de los motivos también sitúan la pieza dentro de la sensibilidad plástica de la primera posguerra, una sensibilidad más afín a sus deseos de modernizar la práctica pictórica, pero en articulación con la tradición clásica. De aquí también su afinidad artística con Juan Gris, a quien conoció durante su paso por París, a principios de 1924. La fuerte estructuración geométrica se equilibra a través de la riqueza cromática de la paleta –utilizada en toda su variedad–; por su parte, el tema elegido alude tanto a una raigambre francesa –la de la chanson romántica que el título evoca– como a una bien porteña y popular –la del tango ejecutado mediante bandoneón–: la modulación particular del vocabulario plástico del cubismo y los motivos seleccionados ubican su poética dentro de una doble pertenencia a una tradición moderna internacional y, a la vez, local.
Este cuadro fue ejecutado tres años después de su regreso a la Argentina, en 1924, cuando expuso por primera vez su obra en la galería Witcomb, exhibición que desató el escándalo y dividió al público y a la prensa periódica entre quienes rechazaron y quienes apoyaron su pintura renovadora. Desde las páginas de la revista de vanguardia Martín Fierro, los escritores y artistas que integraban la redacción recibieron con entusiasmo el arte de avanzada que traía Pettoruti, y el episodio lo instaló en la escena cultural nacional como uno de los introductores de la modernidad en la pintura. De ahí que La canción del pueblo fuera reproducida como ilustración en el número 44/45 de la revista, en el que se reivindicaba su posición activa y libre, en favor de las nuevas tendencias en el arte y de una acción cultural independiente ante las pretensiones del hispanoamericanismo. Durante los primeros años de su estadía en el país (1924-1930), Pettoruti desarrolló una intensa actividad en pos de la difusión y defensa del arte moderno, que abarcó no solo la producción constante de obra, sino su exposición y el dictado de conferencias en distintos lugares –La Plata, Córdoba, Rosario, Tandil, Santa Fe, Tucumán, Bahía Blanca, Santiago del Estero–, además de la escritura de artículos críticos. En 1926 exhibió parte de su producción en la galería Fasce de Córdoba y el gobierno provincial compró el cuadro Los bailarines para el museo municipal (Colección Museo Provincial de Bellas Artes Emilio Caraffa, Córdoba), lo que desató una nueva polémica pública en los periódicos de todo el país por el apoyo a la plástica de avanzada que esta primera adquisición oficial significaba.
Estos tres años de estancia muestran, por lo tanto, un contexto aún polémico en lo que a arte moderno se refiere, pero cada vez más dispuesto a discutir ideas de innovación del lenguaje plástico, a considerarlo herramienta de una gestión institucional progresista y a otorgarle espacio en diarios y revistas de la época, que ayudaron a consolidar también otras exposiciones realizadas a inicios de los años 20, como las de Gómez Cornet, Xul Solar y los Artistas del Pueblo. Así, la exhibición de las obras de Pettoruti, organizada por la asociación El Círculo en las salas del Museo Municipal de Bellas Artes de Rosario en 1927, buscó dar a conocer la renovación llevada adelante por “los artistas de avanzada” y encontró una recepción más abierta en la prensa. La Capital de Rosario publicó una reproducción de La canción del pueblo en sus páginas, como ejemplo de su “campaña de renovación” en el arte.1 La historiografía moderna consideró la serie de músicos y arlequines –en la que se enmarca esta obra– y los interiores de luz solar solidificada como la producción característica del período de maduración de la poética de Pettoruti.
Texto de Fabiana Serviddio
Notas
1. Sin firma, “Exposición Pettoruti”, La Capital, Rosario, 18 de octubre de 1927. [Archivo personal del artista].
Título: La canción del pueblo
Año: 1927
Técnica: Óleo sobre madera
73,8 x 64,7 cm
Nro. de inventario: 2001.132
Donación: Eduardo F. Costantini, Buenos Aires
Fuera de exposición
La Colección Costantini en el Museo Nacional de Bellas Artes
Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, Argentina
1996