Mathias Goeritz fue requerido en 1973 para proyectar un parque de juegos infantil en Jerusalén. Por entonces intervino en las discusiones sobre la prospectiva urbanística de esa ciudad. Mientras el artista proponía que la población se concentrara en grandes torres habitacionales para evitar la pérdida del entorno natural circundante, el papa Paulo VI solicitaba a la primera ministra de Israel, Golda Meir, no construir rascacielos que afectaran el carácter de la vieja ciudad monumento.
Al transformarse el plan inicial de Goeritz en el proyecto de un centro comunitario más complejo, el artista diseñó una escultura arquitectónica de gran dimensión, un bloque de siete prismas escalonados, situados en una elevación natural, a manera de bastión defensivo, sin ventanales visibles.
En el Laberinto de Jerusalén (1973-1980), Goeritz mantuvo el principio de la arquitectura emocional, un concepto ideado por él a mediados del siglo XX, a contracorriente del funcionalismo arquitectónico, donde ponía en relación dos o más elementos plásticos en un mismo ámbito espacial, para reforzar la sensación monumental y repercutir así en el ánimo del espectador.
En este aspecto, su proyecto en Israel quedó inconcluso, pues faltó construir un Laberinto de menor tamaño, un punto de contraste y tensión que dinamizara el espacio con el fin de intensificar la reacción del espectador.
Es de destacar que la propuesta del Laberinto de Jerusalén retoma varios elementos que el artista no pudo concretar en una de sus obras más reconocidas, las Torres de Satélite (1957): disponer de siete prismas, el mayor con una altura de cien metros, y pintar el conjunto en una gama de rojos. En Israel la expectativa de escala y cromatismo no prosperó, pues el edificio tuvo una escala intermedia y, en lugar de pintura, su recubrimiento fue de piedra blanquecina, característica de la región; pero sí logró mantener el número de siete torres, a diferencia de México, donde debió reducirlas a cinco.
Como es común en la arquitectura emocional, Goeritz incorporó trabajos de otros artistas, y aunque su programa era más extenso, el Laberinto contó con la escultura en madera del holandés Joop J. Beljon, donde los niños escalaban al aire libre; el animóvil metálico del escultor Alexander Calder, colocado en una terraza exterior de la zona de acceso, La Vaca, cuyas ubres mueve el viento; y la escultura textil de Sheila Hicks.
El Laberinto de Jerusalén es la principal obra de arte público de Goeritz en Israel, y, por su carácter de escultura arquitectónica, su autor la concibió a partir de dibujos y maquetas; en cambio, los planos constructivos se realizaron más tarde, con la colaboración de los arquitectos Arthur Spector y Michael Amizar. Goeritz daba el valor de obra a sus primeros prototipos. No por casualidad hizo coincidir la inauguración del Laberinto, en 1980, con la apertura de una exposición de maquetas en el Museo de Israel. A la colección de Malba se ha integrado una de estas maquetas, en cartón ensamblado y pintada en tonalidades de rojo. Pocos proyectos exigieron tantas propuestas en maqueta, incluidos los espacios interiores y los diferentes laberintos lúdicos que debieron sucederse en las afueras del edificio. Fue tal la cantidad de desarrollos que el propio artista aseguraba que él mismo se había metido en un laberinto. Asimismo, Goeritz realizó una serie de vaciados en bronce del Laberinto, miniaturas que solía regalar, y llevó a cabo varias serigrafías asociadas a este tema.1 Pruebas de autor con una impresión al frente y otra distinta en el reverso forman parte de la colección de Malba, así como del Centro Cultural Cabañas, en Guadalajara, Jalisco.
Como en el resto de las propuestas de arquitectura emocional donde se alcanza una dimensión pública, el mecenazgo desempeñó un papel clave en la concreción de la obra. En el caso del Laberinto de Jerusalén, el apoyo provino de Alejandro y Lilly Saltiel, de ahí que el Centro Comunitario lleve el apellido de los donantes mexicanos, proyecto avalado con entusiasmo por el alcalde de Jerusalén Tedy Kollek, caracterizado por una política de convivencia con la población árabe, de impulso a la cultura y de modernización urbana.
Al transformar el proyecto lúdico en centro comunitario, el diseño de Mathias Goeritz mantuvo espacios para el juego infantil, como areneros, el gran talud para deslizarse o el techo del enorme teatro, que sirvió de base a una amplia terraza con el mosaico de un laberinto circular donde integró los símbolos de las tres principales religiones monoteístas: la estrella de David judía, la insignia de los cruzados cristianos y la media luna con la estrella del Islam; laberinto que los pequeños tendrían que recorrer hasta hallar la salida única. Un juego donde el acto de retozar deriva en la recuperación de la experiencia de convivir con el otro. Convivencia patente como marca urbana en las ciudades de Marruecos, donde Goeritz estuvo asignado en el consulado alemán durante los años de guerra. Expectativa ideal, sobre todo si consideramos que el Laberinto se halla en zona palestina ocupada al este de Talpiot.
Texto de Francisco Reyes Palma
Notas
1. La existencia de otro ejemplar con la doble impresión, perteneciente al Instituto Cultural Cabañas de Guadalajara, Jalisco, lleva a pensar que no se trata de pruebas de autor al reverso, sino que el artista concibió la serigrafía para ser enmarcada con la doble vista.
Title: Laberinto de Jerusalén
Year: 1973
Technique: Cartón ensamblado y pintado
49 x 38 x 31,8 cm
Inventary Number: 2016.04
Donation: Adquisición gracias al aporte del Comité de Adquisiciones de MALBA, Buenos Aires, 2015
Fuera de exposición