En 1991 Víctor Grippo inauguró la muestra La comida del artista en el Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI), actual Centro de Cooperación de España en Buenos Aires (CCEBA). Allí se expuso por primera vez la obra homónima, una instalación donde, luego de cruzar una puerta, el público se encontraba con largas banquetas dispuestas a ambos lados de una tabla y siete platos: uno vacío y los otros con diversos alimentos, algunos de ellos, quemados. La obra invita a reflexionar sobre un tema que Grippo repitió en distintas épocas de su producción: el ritual de la comida y los vínculos comunitarios.

El plato vacío en la punta de la mesa señala que Grippo no habla de la abundancia, sino de una falta: la ausencia de comida. En efecto, en ese mismo sentido operan las palabras del libro La comida de los pobres, de Huguette Couffignal,1 reproducidas en el texto ubicado al final del recorrido, que, además, sugieren una aproximación antropológica al tema del alimento. Se entiende, entonces, por qué en esta mesa tan prolijamente dispuesta no hay cubiertos. El afiche que acompañó la muestra del ICI incluía un dibujo del artista que, mediante la inscripción “sopa de agua”, enfatizaba esta idea con un dejo de ironía.

En la Argentina de principios de los años 90 la comida adquiría un significado muy preciso. Por un lado, el país aún vivía las consecuencias del proceso hiperinflacionario que estalló en 1989 y que llevó al adelanto de las elecciones presidenciales ese mismo año; por otro, en el contexto de la reforma neoliberal,2 en 1991 se sancionaba la ley de convertibilidad, una de las medidas económicas más visibles del gobierno del presidente Carlos S. Menem, implementada para salir de la crisis y que, paradójicamente, al cabo de diez años sumió a la sociedad argentina en un escenario de desocupación, exclusión social y recesión financiera cuyas consecuencias llevarían a la crisis económica y social que marcó el fin de la “era de la convertibilidad”, en 2001.

Según la concepción estética de Grippo, la obra debe generar una cosmovisión que incluya múltiples sentidos y niveles de interpretación que puedan confluir, a su vez, en una unidad. Para eso creó su propio universo de significados, con el que se manejó a lo largo de su trayectoria. En él articuló elementos de la vida cotidiana, de la ciencia, de la alquimia: símbolos como “los alimentos del hombre, los oficios, la energía y la rosa, los desequilibrios y las consecuentes transformaciones, para arribar a una conclusión poética abarcadora de la realidad que me toca vivir”.3

En este sentido, tanto por su contenido como por su impacto visual y poético, esta pieza puede ser considerada como bisagra en la producción del artista, ya que allí confluyen una serie de elementos (históricos, filosóficos, materiales) presentes desde siempre entre sus preocupaciones, ideas que se desplazan en el tiempo encontrando constantes redefiniciones.

Tal como la comida y los rituales comunitarios, la mesa, otro objeto recurrente en la producción de Grippo, también se destaca como un elemento central de la obra. Sin embargo, como señala Andrea Giunta, aquí ha dejado de ser un objeto cargado de relatos de vida, “nada indica una historia previa”.4 El color blanco ascético que domina la pieza parece indicar que por allí no ha pasado el tiempo.

El transcurso y los usos de la temporalidad es otro tema que gravitó en sus preocupaciones por ese entonces. En 1991 Grippo también realizó una pequeña pieza que llamó Tiempo, donde reflexiona sobre el fin de la historia y la ausencia del tiempo, una inquietud que se puede rastrear hasta su última etapa; por ejemplo, en 2001, cuando ejecutó El tiempo del trabajo. Allí apela a un problema local como el de la crisis política y económica que azotó a la Argentina ese año, proyectando su reflexión sobre los problemas que evidencia el concepto utilitario del tiempo instaurado en la modernidad. En este sentido, este tema se conecta con otro que atraviesa toda su producción: el de los saberes fragmentados (la ciencia moderna, la religión, la magia, la alquimia), característico de la modernidad, que Grippo intenta volver a reunir a través del arte. Tanto por su contenido como por su impacto visual y poético, esta pieza se impone ante el espectador.

El insoslayable carácter alquímico de La comida del artista se ve reflejado en el énfasis puesto sobre los procesos de transformación de los alimentos, que en esta propuesta se presentan como otro aspecto central: el huevo generador de vida; el maíz, de origen americano, y la berenjena como el alimento que remite a las poblaciones de inmigrantes que llegaron al país desde principios del siglo XX.5 La alquimia entendida como un modo de conocimiento y la comida como un signo cultural desde donde se puede interpretar la historia. En los usos de la comida que hace Grippo se pueden rastrear algunos aspectos de la historia argentina: la impronta comunitaria que junto a Jorge Gamarra
propuso en 1972 con el Horno popular para hacer pan, o el pan quemado que asocia a la idea de muerte en el contexto social de la última dictadura argentina, en 1977. En este caso, la comida calcinada nos indica que el fuego, elemento purificador y de transformación por excelencia en la ciencia alquímica, marca un proceso de transmutación fallido. Ha fracasado el manejo del tiempo. En esta mesa está presente la ruptura del equilibrio al que aspira el proceso de transformación objeto de estas prácticas.

En esas transformaciones/transmutaciones fallidas de la alquimia y de la historia, emerge la idea de crisis (de los modelos del saber moderno, de un modelo social y económico nacional), que no hace más que instaurar a La comida del artista como una obra que apela a la reflexión sobre los procesos en los que interviene el hombre. En esta línea de lectura, después del desorden del fuego, el plato blanco, vacío, no solo marca la falta que se nos impone a primera vista, también nos indica el inicio de un nuevo ciclo de vida, muerte, resurrección.

Texto de Mariana Marchesi

 

Notas

1. Couffignal, Huguette, La Cuisine des pauvres, Forcalquier, Robert Morel, 1970.

2. Cf. Giunta, Andrea, “Víctor Grippo. Poéticas de saberes desplazados”, en Escribir las imágenes. Ensayos sobre arte argentino y latinoamericano, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011, p. 171.

3. Grippo, Víctor, “Si tratara de definir…”, reproducido en Grippo. Una retrospectiva. Obras 1971-2001 (cat. exp.), Malba - Colección Costantini, 2004, p. 177.

4. Giunta, Andrea, op. cit., p. 170.

5. Lauria, Adriana, “La trascendencia de la materia”, en Pacheco, Marcelo E. (cur.), Víctor Grippo-Homenaje, Buenos Aires, Malba - Fundación Costantini, 2012, p. 21.

La comida del artista, 1991

Data sheet

Title: La comida del artista
Year: 1991
Technique: Puerta de dos hojas, tabla sobre 3 caballetes, 5 taburetes todo de madera pintada, 7 platos de cerámica blancos con elementos orgánicos intervenidos (huevos, pan, maíz y berenjenas), yeso, pegamento y hojas de oro; texto impreso enmarcado entre madera
215 x 160 x 355 cm
Inventary Number: 2007.11
Donation: Adquisición gracias al aporte de Fundación Eduardo F. Costantini, 2007

Fuera de exposición

Exhibitions

Arte latinoamericano siglo XX, 2012
MALBA, Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, Argentina
2012

+ MALBA. Adquisiciones, donaciones y comodatos
MALBA, Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, Argentina
2004

Arte Latinoamericano siglo XX, 2003
MALBA, Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, Argentina
2003

 

Bibliography