La audacia y la búsqueda de renovación que caracterizaron la actitud de José Cúneo hacia el arte lo condujeron, junto a una buena temporada de ventas, nuevamente a Europa en 1938. Viajó con su familia y, luego de una corta estadía en Roma, se instalaron primero en París, para luego regresar a Italia. Su esposa y su hijo volvieron al Uruguay y Cúneo se alojó en la pensión Bucintoro, en Venecia, durante siete meses.
El artista mismo señaló que, en sus frecuentes recorridos por Venecia, uno de los lugares que más recurrentemente había pintado era el canal de los Griegos.
Si los característicos cielos del artista remiten a su contacto con la pintura expresionista de Chaïm Soutine, a los fauves y a otros representantes de las vanguardias históricas europeas que ya estaban presentes en sus paisajes y caseríos de Cagnes-sur-Mer, es inevitable la asociación del cielo de esta obra con los cielos sobrenaturales del Greco. Cúneo explicitó su suposición de que no era descabellado pensar que el artista hubiera vivido allí, ya que se trataba de un barrio con una numerosa comunidad de inmigrantes griegos.
Si bien sus obras se alejaban cada vez más firmemente de todo afán de mímesis en cuanto a la paleta cromática, la ortogonalidad y la construcción espacial, Venecia presentaba “torceduras”, como el campanile de la iglesia que aparece en esta pieza, que el lenguaje pictórico de Cúneo enfatizaban aún más. Esa inestabilidad que curva los bordes de los edificios y hace que el ojo fluya por igual tanto a través del agua como por la atéctonica materialidad de las esbozadas fachadas de los edificios.
Esa inquietud espiritual que trasmiten los cielos casi metafísicos comunes al pintor uruguayo y al pintor griego, en los que el tiempo y el movimiento desafían el carácter estático de la pintura, una reflexión que aparece asiduamente en los escritos de Cúneo, revisados y corregidos una y otra vez, parece intuir el estallido de la muy próxima Segunda Guerra Mundial.
A pesar de la estadía en Venecia bastante alejada de sus colegas artistas uruguayos y extranjeros, Cúneo fue visitado por el arquitecto Mauricio Cravotto y mantuvo, como a lo largo de toda su vida, un intenso intercambio personal y epistolar que se expresó a lo largo de toda su obra y su vida. Asimismo, recibió allí, con gran tristeza, la noticia de la muerte de Pedro Figari, ese amigo que, todavía como pintor aficionado y a poco de haber renunciado a la dirección de la Escuela de Artes y Oficios, había publicado en 1918 una carta dirigida a Cúneo en el diario La Mañana en la que expresaba críticamente un aval incondicional a los riesgos asumidos por el artista en su lenguaje pictórico; la amistad y el intercambio de inquietudes entre los dos se mantuvo cuando ambos se convirtieron en artistas reconocidos y consagrados.
Desde la integración del grupo Teseo, tutelado por Eduardo Dieste –introductor del término “planismo” para caracterizar, entre otras, las obras de Cúneo–, con sus tertulias de escritores, pintores y músicos en el café Tupí Nambá, hasta sus intercambios europeos con pintores argentinos, se preocupó siempre por dinamizar la escena artística uruguaya. Esto continuaría, entre otras acciones, en la correspondencia con Lino Enea Spilimbergo para concretar el dictado de una serie de conferencias de Joaquín Torres García en Buenos Aires.
Antes de su regreso a Montevideo, en 1939, realizó, con una buena recepción de la crítica, a pesar del desconcierto que generó su visión atiborrada de Venecia, una exposición de sus obras sobre esa ciudad y acuarelas del campo uruguayo en la galería Casa d’Artisti, en Milán.
Llegó a un Uruguay que durante más de una década había repensado su paisaje a la luz de la conmemoración, en 1930, del centenario de la Jura de la Constitución, como continuidad de la celebración del centenario de la Declaración de la Independencia, en 1925. Los nombres de sus muestras parecen expresar ese diálogo entre los lenguajes europeos y la interpretación americana en clave de una nueva reflexión sobre la nacionalidad. Pero, a partir de 1939, el Uruguay recibió el impacto de la crisis europea producto del conflicto armado, y durante unos años el artista tuvo que repartir su tiempo entre la enseñanza y la pintura. Para no quedar a la merced de su muy buena fortuna crítica, que lo condujo a ganar numerosos premios y sostener su espíritu de reflexión sobre el hecho artístico, firmó como Cúneo hasta 1957, como Perinetti hasta 1962 y, de ahí en adelante, como Cúneo Perinetti.
Texto de Mónica Farkas
Title: Canal de los griegos
Year: 1938
Technique: Acuarela, pastel tiza y gouache sobre papel
62,4 x 47,8 cm
Inventary Number: 2001.57
Donation: Colección Malba
Fuera de exposición
La Colección Costantini en el Museo Nacional de Bellas Artes
Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, Argentina
1996