Claudio Girola, hijo de Santiago Girola y María Iommi, comenzó su formación artística en el seno familiar.
Su padre, escultor académico italiano de origen milanés formado en la Accademia di Brera, fue quien inició a sus dos hijos varones, Enio (Iommi) y Claudio, en ese oficio. Asimismo, a través de un hermano de su madre, el poeta Godofredo Iommi, ambos fueron introducidos en las ideas vanguardistas de los años 40.
Interesado en investigar las posibilidades del arte geométrico, no es casual que Claudio Girola fuera discípulo de Georges Vantongerloo, ni que su afán constructivo lo pusiera en contacto con diseñadores y arquitectos vanguardistas de Latinoamérica.
En 1939 ingresó en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, la que abandonó luego de firmar el Manifiesto de cuatro jóvenes (1942) con Tomás Maldonado, Alfredo Hlito y Jorge Brito. De modo rotundo cuestionaron los lineamientos de la enseñanza académica que se impartía en esa institución, así como los criterios de los jurados que intervenían en el Salón Nacional.
El espíritu anticonformista de Girola se puso de manifiesto en más de una ocasión. En noviembre de 1945, en momentos en que se valorizaba con exclusividad la figuración, fundó, junto con su hermano Enio, Tomás Maldonado, Lidy Prati y Alfredo Hlito, la Asociación Arte Concreto-Invención y presentó sus obras en el taller de la calle San José 1557, en el barrio de Constitución. Por discrepancia con algunos de sus conceptos, no llegó a firmar el Manifiesto invencionista (1946).
Hacia 1947 se produjo una escisión en el grupo de Arte Concreto-Invención y, con el fin del aislamiento que impuso la Segunda Guerra Mundial, los artistas comenzaron a viajar a Europa. Girola lo hizo en 1949, y fue entonces cuando tomó contacto con Vantongerloo en París.
La mayor parte de su obra fue realizada en Chile. Allí se radicó en 1955, y llegó a ocupar un lugar relevante tanto en el arte como en la docencia, principalmente como profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso. Fue en Chile donde concretó importantísimos proyectos relacionados con su intención de “erguir un vacío” y de explorar las posibilidades de la dispersión de los elementos en la vastedad del espacio.
En 1965, como parte de su trabajo en los talleres de la Universidad Católica de Valparaíso, Claudio Girola llevó a cabo, junto a diseñadores, escultores, poetas, pintores y arquitectos americanos y europeos, la primera Travesía de Amereida, destinada a unir Tierra del Fuego con Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia. Cinco años más tarde, en 1970, fue uno de los fundadores de Ciudad Abierta, un campo de experimentación en el que arte y vida se unen. Situada en la comuna de Ritoque, en la región de Valparaíso, fue el lugar donde ubicó varias de sus obras, entre las que se cuenta El pozo (1976), una monumental hendidura en la tierra que podía ser transitada. Bajo el cielo abierto, el espectador lograba experimentar la estrechez del espacio, la textura de la cantera y el pasaje de la oscuridad a la luz. Todas experiencias que convocaban a un íntimo recogimiento.
El interés de Girola por la dinámica espacial lo llevó a cuestionar más de un principio básico de la escultura, como el hecho de que ésta debía asentarse necesariamente sobre el plano superior de un pedestal. Propuso desplazar el apoyo a insólitas zonas laterales, y el resultado fue una nueva configuración que hizo que las bases, como elementos de sostén, fueran no solo accesorios, sino partes integrantes de la obra.
Desde el comienzo hasta el final de su carrera, la creación de espacio –y no su mera ocupación– fue fundamental. Como observamos en Triángulos o Escultura I,1
el espacio deja de ser solo una pasiva escena vacua que envuelve un volumen para transformarse en activa vacuidad interna. La materia (madera) realza lo inmaterial e intangible; de este modo, el hueco –un calado en forma de óvalo–, lejos de ocupar el espacio, es espacio. Asimismo, un ojo dinámico oscila entre la captación detallista de los accidentes del material (madera de mañío) y la direccionalidad de las formas triangulares discontinuas, de ángulos abruptos, que avanzan en el espacio.
Claudio Girola polemizó con Henri Focillon, quien consideraba que la materia pierde su esencia al ser trabajada por el escultor, es decir, que la madera de la escultura ya no es la madera del árbol, ni el mármol esculpido es el mármol de la cantera. Sin embargo, Triángulos o Escultura I demuestra que la madera no se reabsorbe por completo en la forma creada, sino que permanece viva su “sustancia” en diálogo con la forma.2 Respetando la materia, el artista hace que se presente a sí misma traspasando los límites de cualquier tipo de representación naturalista, contra la cual se erige la estética del concretismo.
Texto de Elena Oliveras
Notas
1. La primera versión de Triángulos o Escultura I fue ejecutada en yeso en 1945, pero la fragilidad del material llevó al artista a hacerla en madera. Ese mismo año realizó una versión en madera laqueada blanca –que actualmente se encuentra en una colección particular en Santiago de Chile–, y tres años después, en madera de mañío (Malba). El uso del yeso se encuentra en otros trabajos del artista, como Plano de yeso (1956-1964), que forma parte de la colección del Museo Nacional de Bellas Artes.
2. Véase Girola, Claudio, “Contemporaneidad en la escultura”, en 4 Talleres de América, Valparaíso, Taller de Investigaciones Gráficas, Escuela de Arquitectura, Universidad Católica de Valparaíso, 1982.
Título: Triángulos
Año: 1948
Técnica: Tablas de madera cortadas y ensambladas
36 x 58 x 10,3 cm
Nro. de inventario: 2001.91
Donación: Donación Luz y Mauro Hertlizka, Buenos Aires, 2012
Fuera de exposición
La Colección Costantini en el Museo Nacional de Bellas Artes
Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, Argentina
1996