“Siempre me gustó el volumen”, aseveró Ricardo Garabito ante una pregunta sobre su relación con la práctica escultórica, su surgimiento y desarrollo en el corpus de su producción.1 Si bien su obsesión prioritaria ha sido la pintura, la incursión en el lenguaje escultórico es periódica, aunque está menos visibilizada.

La representación del volumen se hizo presente a lo largo de su trabajo, adquiriendo cualidades inherentes según la disciplina en la que opere. El corpus de doce esculturas de cartón y papel donado a la Colección MALBA se inscribe en un período en el que Garabito tomó distancia de su producción pictórica, aproximadamente entre 1986 y 1990. En este momento, profundizó el estudio del lenguaje escultórico en términos de volúmenes, texturas, colores, tamaños y materiales. Realizó piezas de pequeño formato, retratos policromados de personajes frecuentemente representados en su pintura, e inició las obras erótico-vegetales con nombres de flora provenientes del libro Las plantas del Delta, del ámbito científico, así como otros creados por él. Esculturas en donde se hace presente la libertad de una línea entrenada en el dibujo, en las que, según el propio artista, “jugaba con el lápiz y surgían las formas”.Estas piezas integraron las muestras Ricardo Garabito, su segunda retrospectiva en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, en 1998, y Garabito. La donación, en MALBA, en 2014.

Estas esculturas erótico-vegetales poseen una cualidad de extrañeza, sobrenaturalidad humorística que señala un carácter aún más lúdico, imaginativo, sensual, erotizado y casi absurdo en su trabajo. Con cierta similitud formal al sexo de la mujer y del varón, la mayoría de ellas surgió a partir de semillas de plantas, a través dela observación minuciosa de la naturaleza. Salvo Clytosotoma –de 1992–, fueron realizadas en 1990 y, a diferencia de piezas anteriores de las décadas del 60 y 70, en las que primaban el color plano, la frontalidad del objeto, el tratamiento liso de la superficie y el tamaño pequeño o mediano, éstas se expanden en los recursos del lenguaje escultórico. Los tamaños se amplían y varían, el contorno de las siluetas complejiza la tensión entre volumen y espacio ocupado, el color gana en iridiscencia, vibración y sutileza, los diferentes puntos de vista hacia el objeto se multiplican en los recorridos del espectador. Como señaló Fabián Lebenglik: “En conjunto configuran una suerte de ‘jardín de las delicias’ en clave sexuada, donde cada pieza exhibe una tipología de vegetación amenazante, quizá carnívora, liberada de las sutilezas de las figuras humanas”.3

El humor, la ironía, el absurdo y hasta lo torpe son constantes en los acercamientos de Garabito a la representación de ciertos aspectos de la realidad. Aun cuando estas piezas varían de la habitual iconografía de personajes porteños y de escenas de lo cotidiano, mantienen el carácter lúdico y aciago. Encuentran afinidad con su producción pictórica de la década del 90 en cuanto a la revaloración del objeto por medio del color, una inyección de exuberancia, artificio excesivo y poses de mayor desafío y desenfado. El trazo sintético de ángulos rectos remite a su primera época artística, caracterizada por el barroquismo y un diálogo con la pintura popular y el arte ingenuo.

Garabito siempre exploró la representación de su realidad circundante. Hacia 1967, a raíz del descubrimiento de la pintura de Schiavoni y del uso de la tela como nuevo soporte, operó una síntesis y depuración del espacio y el color en su propia pintura, afín a la distancia característica del conceptualismo, en clave realista y subjetiva. Hacia mediados de la década del 70, por 1977, el temple de sus piezas se enrareció en un clima de silencio y rigidez: las figuras se muestran más quietas, más frontales. En esos años apareció el elemento serial, la repetición de una figura u objeto, en donde sus motivos usuales fueron reinventados, dando lugar a una nueva pintura imbuida de ironía, drama y misterio. Esta tensión se alivianó luego de su retrospectiva en la Fundación San Telmo, en 1982; la factura se volvió más rápida y abierta, en diálogo con el auge del neoexpresionismo, y reverbera en la que había utilizado en sus primeros años.

Las esculturas aquí presentadas se inscriben en una nueva resolución artística que comenzaría a apreciarse a partir de la década del 90. Luego, hacia el inicio del nuevo milenio se operaría un nuevo giro en su pintura: Garabito comenzó a trabajar en formato pequeño, con un elemento con base y fondo, para proponer, de cuadro en cuadro, un mínimo movimiento del objeto. Este silencio del artefacto también afecta a la figura, que se presenta en actitud un poco más cotidiana.

Texto de Sebastián Vidal Mackinson

 

Notas

1. Noorthoorn, Victoria, “Cinco tardes con Ricardo Garabito”, en Pacheco, Marcelo E., Ricardo Garabito, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2007, pp. 310-311.

2. Ibid, p. 311.

3. Lebenglik, Fabián, “Un artista cada vez menos secreto” (en línea), Página/12, Cultura & Espectáculos, 15 de abril de 2014 (http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/6-31912-2014-04-15.html) (consulta: 5 de julio de 2016).

Policanthos, 1990

Ficha técnica

Título: Policanthos
Año: 1990
Técnica: Cartón y papel pintado
100 x 42 x 44 cm
Nro. de inventario: 2014.11
Donación: Del artista, Buenos Aires, 2014

Fuera de exposición

Exposiciones

Ricardo Garabito. Pinturas y esculturas, Centro Cultural Recoleta, Sala Cronopios, Buenos Aires, 1998.

Ricardo Garabito: Una retrospectiva, Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, 2007.

Garabito. La donación, MALBA, Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, Buenos Aires, 2014.

Bibliografía