0Mariano Rodríguez, una de las figuras imprescindibles de la historia del arte cubano, se integró al grupo fundacional de la vanguardia en la isla a fines de los años 30, cuando dicho movimiento comenzó a articularse en una sola corriente de modernismo. A diferencia de quienes lo precedieron, su acceso a la modernidad no fue a través de Europa, sino de Latinoamérica.
Sin una sólida formación artística, viajó a México en 1936 y se vinculó al grupo de ayudantes de Diego Rivera, con quienes se entrenó en la técnica de la pintura mural al fresco, mientras recibía la enseñanza del pintor Manuel Rodríguez Lozano, quien fue su profesor en la Academia de San Carlos.
Regresó a Cuba en junio de 1937 para continuar sus estudios de manera autodidacta, y entabló amistad con otros artistas de su generación, con los que hizo su entrada en la escena artística habanera. A partir de entonces realizó sus primeras obras de envergadura, en las que se advierten las huellas que la experiencia mexicana dejó en su formación. Obras poseedoras de un alto valor artístico y de inspiración social, cuya mirada trascendió en la pintura cubana de los años 30 y 40, cuando el eje de referencia de la pintura latinoamericana se desplazó de Europa a México.
Deudores de aquellas influencias fueron los óleos Zora (1937), Autorretrato, Retrato de Libi, Educando y Unidad (1938) –esta última, una de las piezas cimeras de la pintura cubana de la primera mitad del siglo XX–; trabajos todos en los que puso en evidencia la vocación por la monumentalidad adquirida de los aztecas, así como el sólido sentido de la composición y la visión poética que desde entonces lo acompañó.
Pero como ocurrió en buena parte del arte cubano de la época, el soporte principal en la obra de Rodríguez de esos años fue el papel y la cartulina; y la técnica más utilizada, la combinación de tinta y acuarela, la témpera, el lápiz, el pastel y la crayola, entre otros materiales afines. De esos primeros tiempos de su carrera son una serie de dibujos en los que prevalecieron el retrato y algunas figuras femeninas destacadas por la calidad y firmeza de sus líneas.1
Hacia 1940, aunque todavía siguió bajo la ascendencia muralista en las formas, se empezó a desembarazar de la influencia mexicana, incorporando nuevas temáticas y colores que lo aproximaron a la Escuela de París. De entonces datan las pinturas Mujeres luchando, La pa- loma de la paz y, sobre todo, Mujer con pajarera, que, mucho más desvinculadas de los anteriores influjos, dieron paso a las nuevas experiencias formales, que culminaron en 1941 con la aparición de los primeros gallos.
A ese período de tránsito pertenece la pieza que exhibe Malba en sus salas permanentes, para dar fe de la enorme destreza que su autor llegó a adquirir como dibujante: Mujeres luchando, de 1940, el boceto de la pintura homónima concebida por el artista en la misma fecha.2 Un sorprendente dibujo en el que resaltan algunas de las constantes que caracterizaron el arte de Mariano Rodríguez y lo distinguen como una de las figuras de mayor oficio y creatividad de la escena artística cubana del siglo XX.
Se trata, en primer lugar, de la confirmación de su excelencia como dibujante, cuyas creaciones a punta de lápiz, témpera o grafito enriquecieron y complementaron sus diferentes etapas. La maestría en el manejo de la línea que demostró en esta pieza lo acredita como uno de los artistas mejor dotados de la plástica cubana y latinoamericana de su época.
No caben dudas de que Mujeres luchando sobresale por la excepcional calidad de su trazo y los rasgos firmes y seguros de los todavía vigorosos y ampulosos cuerpos. Como en la pintura, el boceto aún exhibe la fuerza telúrica y el profundo simbolismo americanista de los trabajos de los primeros tiempos, pero ya se muestra más independiente del robusto realismo prevaleciente en su etapa emergente y más deudor de las corrientes europeas.
Al igual que en la mayor parte de sus trabajos de ese año, en éste se confirma definitivamente la presencia de la mujer como protagonista fundamental de su obra creadora.
Una rápida mirada a los dibujos realizados ese mismo año de 1940 así lo demuestra: Mujer con cesta, Mujer peinándose, Mujer en el paisaje, Mujer en la playa, Mujer sentada con paño, Pareja, y muchos más, en los que, como en Mujeres luchando, puso en evidencia que, en sus manos, el lápiz, la témpera o la tinta hicieron de la figura femenina un objeto de experimentación visual del que se sirvió nuestro pintor, desde entonces, para indagar en las esencias de la identidad cubana.
Texto de Llilian Llanes
Notas
1. Su primera obra conocida y firmada fue la ilustración para la portada de la revisa Ritmo, publicada en La Habana en 1936.
2. Aunque el título de la obra ha sido alterado en varias ocasiones, ya en la famosa exposición del MoMA de 1944 Modern Cuban Painters se exhibió como Women Fighting.
Título: Mujeres Luchando
Año: 1940
Técnica: Lápiz sobre papel
48,6 x 41,6 cm
Nro. de inventario: 2001.141
Donación: Eduardo F. Costantini, Buenos Aires
Fuera de exposición