Ricardo Garabito es un artista eximio, de una producción vasta y variada, con un profundo interés por extenuar, en especial, las oportunidades que el lenguaje pictórico ofrece. En este marco, una de sus mayores obsesiones discursivas ha sido la de explorar la representación de su realidad circundante con diversos matices pictóricos, principalmente en la figuración de personajes en situaciones cotidianas y naturalezas muertas.
La soprano forma parte de un gran conjunto de piezas (dibujos, esculturas y pinturas) que comprenden un arco temporal de su trabajo que abarca desde mediados de la década del 60 hasta los inicios de 2000, que el artista donó a esta institución en 2013. Junto a Tienda, Maniquíes, Naturaleza con nuez (tres carbonillas sobre papel) y a la obra pictórica Retrato (hombre con daga) (todas fechadas en 1965), conforma el núcleo de esa donación, que refiere a su primera producción artística. Esta pieza ha sido exhibida en la primera muestra de largo alcance del autor, Garabito. 20 años de pintura, Fundación San Telmo, en 1982, con curaduría de Samuel Oliver; en la retrospectiva de 2007 que el Museo Nacional de Bellas Artes organizó con curaduría de Victoria Noorthoorn y Samuel Paz; y en Garabito. La donación, en 2014, en Malba.
La soprano es una obra pictórica sobre hardboard de mediano formato, realizada en 1965, posterior a la primera exposición individual de Garabito en la galería Rubbers. Para ese momento, ya instalado en su taller en el barrio de Barracas, abandonó el lenguaje abstracto y se zambulló de lleno en las posibilidades que la figuración le otorgaba. Así, por medio de la observación precisa y suficientemente realista de su entorno, tanto de objetos como de personas en situaciones de raigambre cotidiana, Garabito priorizó captar las diversas y múltiples facetas que éstos ofrecen. Dio inicio, entonces, a una serie de pinturas en las que desplegó un gran conjunto de personajes populares, y en donde figura y fondo constituyen una unidad: el personaje representado se posiciona en su ambiente sin una mayor diferencia en cuanto a importancia de estatuto entre él y el fondo, ya que se hace presente una gran carga de motivos que construyen un perfil más acabado que lo caracteriza. El color estridente, el trazo del pincel y la profusa presencia de elementos decorativos y objetos que funcionan como atributos propician una fuerte unidad.
En La soprano, una mujer con vestido naranja canta, sentada en una silla. Representado su cuerpo de tres cuartos, el rostro se posiciona hacia un lado, de perfil. Mantiene las piernas cruzadas, la mano derecha se apoya sobre una de ellas, y la izquierda abraza un florero situado en una mesita redonda. Un mueble con espejo y un vaso con vino acompañan un fondo donde se identifica la ciudad de Venecia. La soprano pareciera estar cantando en un ambiente en el que se confunden un vodevil y un telón de fondo que alude a la ciudad italiana. Nuevamente, como en otras de sus producciones artísticas de este período, Garabito propone un doble juego de representaciones: lo pintado dentro de la pintura. Esta imagen de Venecia desorienta, y no hay una clara referencia: bien podría ser la ciudad misma o una reproducción que ambienta la actividad de la cantante mientras desarrolla su trabajo.
Por medio de estos elementos, Garabito libra a la imaginación del espectador una posible reconstrucción especulativa sobre una escena que contiene un alto componente narrativo que, sin perder el humor, la ironía, el absurdo y hasta lo torpe, representa aspectos de la realidad. Este tipo de composiciones, con iconografía de personajes citadinos y de escenas de lo cotidiano de un tinte más realista, encuentra una fuerte afinidad con su producción pictórica de la década del 90, aun en cuanto a la figuración de personajes un poco más grotescos revalorizados por medio del color, con una inyección de exuberancia, artificio excesivo y poses de mayor desafío y desenfado.
Hacia 1967, a raíz del descubrimiento de la pintura de Schiavoni y del uso de la tela como nuevo soporte, Gara- bito operó una síntesis y depuración del espacio y el color en su pintura, afín a la distancia del conceptualismo, en clave realista y subjetiva. Hacia mediados de la década del 70, por 1975, el temple de sus piezas se modificó, en un clima de silencio y rareza: las figuras se muestran más extrañadas, hasta más frontales. En esos años apareció la operación serializada de repetición de una figura u objeto, en donde sus motivos usuales fueron reinventados, dando lugar a una nueva pintura imbuida de ironía, drama y misterio. Esta tensión se alivianó luego de su retrospectiva en la Fundación San Telmo, en 1982; la factura se volvió más rápida y abierta, en diálogo con el auge del neoexpresionismo, y reverberó en la que había utilizado en sus primeros años.
Texto de Sebastián Vidal Mackinson
Título: La soprano
Año: 1965
Técnica: Óleo sobre hardboard
122 x 76 cm
Nro. de inventario: 2014.20
Donación: Donación del artista, Buenos Aires, 2014
Fuera de exposición