Sin duda, el primer viaje de Rufino Tamayo a Nueva York, realizado en 1926, fue decisivo para la evolución de su propuesta artística. Armado con un caudal de recursos estéticos que le proveyeron su analítico estudio de la escultura prehispánica, su aprecio y valoración sincera por el arte popular y su paso efímero por una de las Escuelas de Pintura al Aire Libre, Tamayo recorrió con una devota energía los museos de esa urbe, donde, según sus propias palabras, vio “verdadera pintura”. Este deslumbramiento ante las novedosas propuestas de los pintores vanguardistas fue punto de partida para iniciar una rigurosa reflexión en torno al arte moderno y sus valores estéticos.
Tamayo eligió, de entre ciertas obras de esos artistas de vanguardia, elementos que coincidieron con su sensibilidad y lo que convino a sus ideas para construir los cimientos de una estética personal. Fundió en un solo caudal algunos rasgos de las propuestas artísticas de Cézanne, Gris, Picasso, Matisse, Chagall, De Chirico, Léger, entre otros, con las formas de la escultura en cerámica modelada a mano del occidente del México prehispánico, la juguetería popular y una iconografía del intrascendente, pero vivo, diario acontecer.
Este gouache de pequeño formato confirma lo anterior. Con una escrupulosa factura, de fina pincelada, el artista ha dejado de lado el colorido para centrarse en los efectos del volumen y la textura que, sin distracción, nos revela la grisalla en que fue resuelta esta obra, en la que Tamayo muestra también que ha alcanzado un virtuosismo pleno en el ejercicio del oficio de pintor.
El tema es de una peculiaridad poco vista en la obra del oaxaqueño; sin embargo, es de gran eficiencia para expresar el interés que el pintor tuvo por la estética maquinista de Fernand Léger, coincidente con la del estridentismo, que fue el primer movimiento vanguardista en México en esa misma época.
La sólida estructura geométrica de la composición, resuelta a base de diagonales, se entrevera con las fisonomías indígenas de los soldados –que se adivinan eminentemente mexicanos–; unidas a una cierta intención de movimiento congelado, pueden ser referentes de otra disciplina que fascinó a Tamayo: el cine. La estructura de la escena –una intención de movimiento detenido–, el colorido de la obra y el formato cuadrado de la composición pudieran ser acaso evocaciones de una proyección documental que, una vez filtrada por la sensibilidad de Tamayo, éste consideró digna de ser trasportada a la pintura. Su afición casi apasionada por el arte del cine quedó registrada en los recuerdos –que evocó Ingrid Suckaer–1 de sus correrías cinematográficas con su constante amigo Carlos Chávez, con quien asistía a las funciones silentes, que el músico acompañaba con el piano desvencijado de los cines del centro de México y con lo que ganaba algunos recursos, que empleaban en sus diversiones juveniles.
Apenas comenzamos a descubrir una serie de trabajos de pequeño formato realizados en monocromía o grisallas con que Tamayo ilustró, durante sus estancias en Nueva York, las portadas de algunos números de la revista New Masses, que aparecieron entre 1926 y 1929. Al menos conocemos, hasta ahora, cuatro ejemplares de esa publicación con portadas e ilustraciones interiores con obras de Tamayo. Soldados acaso pudiera haber operado como un trabajo para ese mismo fin.
Como fuera, lo cierto es que la difusión de esta obra nos da una nueva visión de las vertientes por donde transcurrió la producción temprana de Rufino Tamayo, quien con el tiempo sería uno de los artistas mayores del arte mexicano.
Texto de Juan Carlos Pereda, originalmente publicado en versión inglesa, en el sitio web de Christie's (https://www.christies.com/lotfinder/Lot/rufino-tamayo-mexican-1899-1991-soldados-5498654-details.aspx).
Notas
1. Suckaer, Ingrid. Rufino Tamayo: Aproximaciones, Ciudad de México, Editorial Praxis, 2000, pp. 81- 85.
Title: Soldados
Year: 1924
Technique: Gauche sobre papel
15,3 x 13 cm
Inventary Number:
Colección Eduardo F. Costantini, Buenos Aires. En comodato.
Fuera de exposición