Di Cavalcanti participó en la Semana de Arte Moderno de 1922, y su trayectoria es la más consistente entre los integrantes del grupo del primer modernismo brasileño. Fue, de sus contemporáneos, quien produjo mejor y durante más tiempo. Dibujó y pintó desde 1916 hasta 1976, año de su fallecimiento, en tanto que las trayectorias de Tarsila do Amaral y Anita Malfatti sufrieron un nítido retroceso después de los años 30.
Di Cavalcanti abrazó la causa modernista, pero lo hizo de manera enteramente personal. En un momento en que tanto se exaltaba lo característicamente brasileño, sus sambas, morros, favelas y danzas son verdaderos, carnales, materiales, hechos desde dentro. Su obra tiene, de hecho, el aroma, el sabor y el color del Brasil. Entre sus temas favoritos siempre estuvo la mujer, y especialmente la mulata. Opulentas y sensuales, sus mulatas se convirtieron en parte del imaginario brasileño. Esas características no escaparon a la observación de Mário de Andrade, quien hablaba así del artista en un artículo de 1932:
Di Cavalcanti conquistó una posición única en nuestra pintura contemporánea. En nuestra pintura brasileña. Sin adherir a ninguna tesis nacionalista, y siempre el pintor más exacto de las cosas nacionales. No confundió el Brasil con paisajes, y en vez del Pan de Azúcar nos da sambas; en vez de cocoteros, mulatas, negros y carnavales. Analista del Río de Janeiro nocturno, satirizante odioso y pragmatista de nuestras taras sociales, amoroso cantor de nuestras pequeñas fiestas, mulatista mayor de la pintura, éste es el Di Cavalcanti de hoy, más permanente y completo, que, después de once años, nos muestra de nuevo lo que es.1
Mulheres com frutas es una obra de 1932, momento en el cual Di Cavalcanti crea un lenguaje propio que lo conducirá a la madurez artística. Es un trabajo claramente alegórico, con una composición que lo aproxima al muralismo. Las figuras monumentales de dos mujeres dominan la obra, y la principal de ellas adquiere una proporción que excede los límites del cuadro. El paisaje está relegado a un simple fondo, pero el artista establece una sinuosa continuidad entre todos los elementos de la composición. Sembrada de flores, la pintura tiene como figura dominante una mulata reclinada, que sujeta displicentemente una cesta repleta de frutas bien características del Brasil: mangos, naranjas y bananas. Lánguida y sensual, tiene los ojos semicerrados y maliciosos, una boca carnosa y apetitosa. Todo el cromatismo de la obra está creado en función de esa figura, para acentuar su carne morena y generosa. Su vestido, discreto, está pintado en un tono de rosa que da continuidad a la piel, permitiendo al autor revelar las formas de su cuerpo de manera sutil. Muy distinta es la otra mujer, más seria, con el rostro apoyado en las manos y una mirada melancólica y nostálgica, perdida en sus pensamientos. El artista acentúa la diferencia entre las dos dando un tratamiento pictórico más marcado a esta figura, construyendo su cara con sombras azuladas y marrones. Apenas sugerido, el paisaje se revela en transparencias geometrizadas. El cielo, el mar y las montañas, inmersos en luminosidad, son contrapuntos de azul y verde para las frutas y las hojas. La composición es excesiva y exuberante. Es un realismo mágico, rotundo, satisfecho y tropical.
Mulheres com frutas está emparentado con los murales del teatro João Caetano, en Río de Janeiro, tanto por el cromatismo como por la temática. Iniciados en 1929 e inaugurados en 1931, están considerados los primeros murales modernistas del Brasil. El artista solo volvería a pintar murales muchos años después. La persecución política del gobierno de Getúlio Vargas lo llevó, en 1936, a mudarse a París, donde permaneció hasta fines de 1939, y recién a su retorno fue invitado a realizar obras públicas.
En la década de 1940, la figura femenina dominó casi enteramente la producción de Di Cavalcanti, que se volvió conocido como el “pintor de las mulatas”. La afirmación, aunque verdadera –porque ninguno las pintó tan bien como él–, es también reductora de su talento. Pintó negras, blancas, ricas, pobres y rubias, siempre en un clima lírico y sensual, indolente, lánguido, que llama a todos los sentidos. Más que eso: invirtió la lógica de la colonización, como revela, en un texto inspirado, el crítico Frederico de Morais:
¡Ah!, la mulata. Algunas son calipigias y esteatopígicas, como las venus prehistóricas; otras, aun gordas, son ondulantes y aéreas, como las mujeres de Rubens. Pero gordas, sobre todo, en el espíritu y en el comportamiento. En ningún otro artista brasileño la mulata recibió un tratamiento pictórico tan alto y tan digno. Sin paternalismos, sin menosprecio. Di le dio una dignidad de madona renacentista, madonizó a nuestra mulata, lo que no es lo mismo que mulatizar a la madona, como hizo Athayde en el cielo barroco de Minas…2
Texto de Denise Mattar
Notas
1. De Andrade, Mário, Diário Nacional, São Paulo, 8 de mayo de 1932.
2. Morais, Frederico, catálogo de la exposición retrospectiva, MAM-SP, 1971.
Title: Mulheres com frutas
Year: 1932
Technique: Óleo sobre tela
60 × 100 cm
Inventary Number: 2003.32
Donation: Eduardo F. Costantini, 2001
En exposición
La Colección Costantini en el Museo Nacional de Bellas Artes
Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, Argentina
1996