Cícero Dias nació en 1907 en la casa principal del ingenio Jundiá, situado en el municipio de Escada, en el estado de Pernambuco, en la región nordeste del Brasil. Su infancia transcurrida en los ingenios azucareros pertenecientes a su familia marcaría su vida y le proporcionaría recuerdos que serían recuperados en imágenes de futuras producciones artísticas. A los trece años, Dias se mudó a Río de Janeiro, y en 1925, a los dieciocho, fue admitido en el curso de arquitectura de la Escola de Belas Artes, que más adelante abandonó. Al año siguiente conoció a artistas y escritores modernistas que luego formarían parte de su círculo de amigos: Di Cavalcanti, Ismael Nery, Murilo Mendes, Graça Aranha y Manuel Bandeira, entre otros, compartían con él informaciones actualizadas y discusiones sobre los rumbos del arte.
En 1928, Cícero Dias realizó su primera exposición, en el hall de la Policlínica do Rio de Janeiro, donde presentó una serie de acuarelas con temática regionalista. El conjunto llamó la atención de la intelectualidad carioca, que rápidamente lo reconoció como un nuevo valor de la pintura brasileña. Muchos de los artículos de la época asociaron su poética con la pintura surrealista, debido a las relaciones y proporciones entre figuras “desparramadas por sus telas”, como señaló el ilustre intelectual Gilberto Freyre, su coterráneo. Sin embargo, es preciso recordar que el contacto de Dias con el surrealismo se dio en forma indirecta, mediado sobre todo por Ismael Nery y Murilo Mendes, ya que el autor de Crianças brincando e o adeus recién viajaría a París en 1937.
En los tres años que siguieron a la muestra en la Policlínica, Dias produjo innumerables acuarelas, en las cuales elementos de la naturaleza –animales y plantas– conviven con familiares del artista y personas que transitaban por los ingenios, de la casa principal a la senzala –el alojamiento de los esclavos y, por extensión, de los trabajadores de las haciendas–, ya sea en bautismos, casamientos o entierros, ya sea en los carnavales o en la escuela. Mezcladas y reorganizadas, imágenes de la vida en el interior de Pernambuco se combinan con la cultura popular y el folklore nordestinos, ocupando la superficie del papel como si fueran collages montados según una lógica muy particular, orientada por el sentimiento y el lirismo.
En su libro de memorias, ya en las primeras líneas, Cícero Dias advierte que se trata de un género especial, lleno de reglas especiales, en el cual “la ley del tiempo y del espacio no domina”. Lo mismo podría decirse sobre sus acuarelas: son pinturas llenas de leyes especiales, donde tiempo y espacio nada tienen de convencionales. En Crianças brincando e o adeus [Niñas jugando y el adiós], más allá de la vegetación en primer plano, aparecen dos escenas aparentemente antagónicas. Las proporciones entre los elementos contenidos en cada una de ellas son peculiares, pero lo que genera la incomunicabilidad de los espacios es la acentuada incongruencia de las escalas entre las dos mitades de la pintura. De la misma forma, el tiempo figurado obedece a reglas totalmente singulares: a la derecha, una misma niña (y no dos, como sugiere el título) juega con un animal doméstico en dos momentos distintos, en una acción desdoblada en movimientos secuenciales. Hay, por lo tanto, una prolongación temporal implícita en esa narrativa. Del lado izquierdo, el cuerpo inerte configura la cristalización de un desenlace. Aun así, la inexorabilidad de la muerte se contrapone a la presencia de seres vivos, señalando una tercera cualidad temporal, a saber, la circularidad.
Las referencias al sexo y a las relaciones amorosas son recurrentes en la producción de Dias, principalmente en las pinturas realizadas entre el final de la década de 1920 y durante el siguiente decenio. Las alusiones de carácter sexual aparecen ya de manera más explícita, ya más sutil, con pizcas de humor o toques de poesía. Pero sea de una u otra forma, el erotismo está siempre presente. En esa acuarela en particular, la propiedad con que la gran mano femenina toma la cabeza del fallecido insinúa la existencia de una intimidad ente ellos. El cabello desordenado compromete la elegancia del muerto y perturba la solemnidad de la situación, pero toda la gracia de la escena reside justamente en esa humanización de las relaciones, identificada por Mário de Andrade como “el alma doméstica” de Dias.
No quedan dudas de que el artista construyó Crianças brincando e o adeus a partir de las reminiscencias de su infancia en el ingenio. Y fue justamente la temática regionalista, unida a las organizaciones formales singulares, lo que despertó el interés de sus contemporáneos, muchos de los cuales estaban embarcados en la búsqueda de imágenes que tradujesen una identidad para la nación. No obstante, bajo una perspectiva más abarcadora, esta acuarela actualiza diversas alegorías del tiempo, tales como las edades del hombre, la renovación de la vida, el memento mori y la vanitas, temas pertenecientes a la tradición del arte occidental.
Cícero Dias fue un artista longevo, con una producción bastante variada a lo largo del siglo XX, incluso con una sólida contribución al arte abstracto-geométrico. Pero la serie de acuarelas iniciales constituye el punto alto de su trayectoria como pintor y su legado mayor para la historia del arte brasileño.
Texto de Regina Texeira de Barros
Title: Crianças brincando e o adeus
Year: 1930
Technique: Acuarela y tinta sobre papel
36 x 36,5 cm
Inventary Number: 2001.76
Donation: Eduardo F. Costantini, Buenos Aires
En exposición