En El examen, una figura envuelta en una tela blanca reposa en un anticuado sofá rojo adornado con largos flecos y cubierto en parte por un paño azul. A juzgar por su peinado, la figura parece ser una mujer, pero, aparte de eso, su identidad permanece tan oculta como su forma. Detrás de este conjunto luminoso en rojo, blanco y azul, hay seis hombres de pie, vestidos con trajes oscuros. El piso y las paredes sin ventanas sugieren apenas un interior claustrofóbico.1 Como Enrique Franco Calvo ha notado, lejos de ser transparente en cuanto a significado, “la obra básicamente despierta misterio”.2
Este dibujo en tinta y gouache es uno de al menos veinte de similares dimensiones que Lazo completó a principios de la década de 1930, quizás poco después de volver a México al terminar su segunda y larga temporada europea.3 Se expusieron por primera vez en una muestra inaugurada en marzo de 1932 en un espacio de exhibición informal ubicado en o cerca de un bar conocido como Salón Bach, en avenida Madero 32, en el centro colonial de Ciudad de México. Como era típico en ese entonces, el “catálogo” consistía en un folleto barato y sin ilustraciones, con un texto destacado del poeta Xavier Villaurrutia, acompañado por una lista de veinte títulos. El examen no figura en esa lista, y, dado que la mayoría de los títulos son poéticos más que descriptivos, es imposible saber si alguno de los siete de ellos que actualmente no están vinculados a obras conocidas podría haber sido originalmente aplicado a este dibujo No existen evidencias de que haya sido publicado hasta la aparición de la primera monografía importante sobre Lazo, en 1988 (allí carece de título); se supone que se lo llamó El examen aproximadamente por la época de su venta en una subasta, en 1995.4 El dibujo perteneció originalmente a un abogado y escritor nicaragüense llamado Adolfo Zamora, residente en Ciudad de México y otrora defensor del exiliado León Trotsky.
El historiador de arte y coleccionista norteamericano MacKinley Helm admiraba el “propio estilo de achurado” de estos dibujos de Lazo, “con el que logra efectos vibrantes de luz y color por medio de delgadas líneas que se entrecruzan en vez de hacerlo con puntos de pintura”. Helm atribuyó este estilo a la familiaridad del pintor con el posimpresionismo (con la obra de Seurat, sobre todo).5 Sin embargo, en cuanto imaginario, las piezas parecen más bien marcadas por el interés de Lazo en el surrealismo, especialmente en el de Giorgio de Chirico, cuya obra había conocido de cerca en Roma durante su primer viaje a Europa, en 1925.6
De hecho, más que seguir a la mayoría de los pintores de su generación, Lazo se alejó de la imaginería política y nacionalista. Fue uno de los artistas que entabló una relación más cercana con los escritores –Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, Jorge Cuesta y otros– vinculados a la revista literaria Contemporáneos (1928-1931). Lazo desarrolló un lenguaje pictórico refinado en tándem con esos poetas, y algunas de sus obras se vinculan –aunque nunca directamente– con los melancólicos nocturnos de Villaurrutia, su amante y colega más cercano. El “realismo poético” de Lazo, un estilo figurativo pero ambiguo, fue sobre todo inspirado en el neoclasicismo de Picasso y Léger, así como en las visiones metafísicas de De Chirico y Carrà. Aunque la mayoría de esos dibujos carecen de referencias a lo local (moderno o tradicional), no era tanto que Lazo rechazara su contexto o su nacionalidad, sino que protestaba “contra la reducción de lo mexicano a un determinado estereotipo”.7
Aparte de su interés por la poesía o el surrealismo, obras como El examen también revelan el prolongado trabajo de Lazo en el teatro. Desde 1928, en los días del Teatro de Ulises de los Contemporáneos, ya era considerado un escenógrafo importante; en París, perfeccionó su talento bajo la dirección de Charles Dullin en el Théâtre de l’Atelier en Montmartre. Sin duda, el énfasis que Dullin ponía en la simplicidad del espectáculo, con fin de centrar la atención del público en los actores, marcó las escenografías que el propio Lazo realizó en los años 30 y 40. De manera similar, las acuarelas como El examen nos presentan personajes anónimos que ocupan espacios poco profundos que apenas caben en el marco, con paredes planas, tan frágiles como si estuvieran fabricadas de cartón o de yeso, con entradas y salidas del escenario, y que llevan a cabo extrañas actuaciones ante nuestros ojos, sugiriendo las escenas de un teatro del (casi) absurdo.
Las acuarelas de Lazo de principios de la década de 1930 trasmiten mucha más violencia e intensidad psicológica que cualquiera de sus trabajos anteriores y, al hacerlo, plantean cuestiones como el miedo, el escape, la esclavitud, la ejecución y la muerte, las mismas que recurren en los poemas de Villaurrutia. Aunque no forman una narrativa única, presentan ciertos motivos que se reiteran. Eso es particularmente evidente si nos detenemos en la figura envuelta en tela en El examen, la cual aparece en otro dibujo, quizás relacionado en cuanto narrativa: en Exhumación (paradero desconocido), cuatro hombres cargan un cuerpo (¿vivo? ¿muerto?), igualmente envuelto, frente a un sofá parecido; mientras, una mujer con delantal (¿una pariente? ¿una criada?) abre o cierra una puerta.8 Tales imágenes, cargadas de ansiedad, estimulan más que cierran nuestros deseos de interpretación, tanto como los fragmentos recordados de nuestros sueños.
En su breve ensayo impreso en el simple panfleto-catálogo que acompañaba la muestra de 1932, Xavier Villaurrutia señaló que “leer” la obra de Lazo era imposible:
¿Queréis asistir a la reconstrucción minuciosa de las escenas de aventura, de misterio o de crimen que vivimos en el sueño y que luego, al despertar, se nos escapan, dejándonos únicamente la huella de la ausencia? [...] ¿Queréis ser una de las piezas del rompecabezas insoluble, o los espectadores de un drama sin nombre y sin autor, representado al favor de una noche más verdadera que la noche de todos, o de un mediodía insostenible? Abrid los ojos, aguzad los sentidos y, dispuestos a correr cualquier riesgo, aun el riesgo de no comprender nada, entrad en este mundo particular que Agustín Lazo ha captado en las redes de sus cuadros.9
Más de una vez, Villaurrutia hacía énfasis en la dificultad de Lazo, en su opacidad: “Encontrar en un lugar, en un ser o en un objeto aquello que buscamos sería un placer mediocre, si hubiera placeres mediocres. Encontrar lo que no se busca es el placer auténtico del inventor y del artista”.10 En las mismas propiedades formales de estos cuadros –su achurado distintivo–, Villaurrutia había hallado la metáfora perfecta: de hecho, las pinturas eran trampas visuales que enredaban tanto su asunto como a su espectador.
Sin embargo, incluso en su tiempo, los críticos también afirmaban que la obra de Lazo poseía un fuerte componente autobiográfico. Según MacKinley Helm –quizás a partir de una entrevista con el pintor–, “se basaban en reminiscencias de su infancia”. Villaurrutia hizo la misma observación con un poco más de melodrama, refiriéndose a eventos del pasado sin nombrarlos:
Más de una vez he pensado que la obra de Agustín Lazo […] representa un intento de reconstruir su propia infancia,11 desde sus tempranas e indelebles memorias hasta los que lo dejaron profundamente herido.12
Pero si la obra hoy conocida como El examen –o las otras acuarelas de la misma serie– tiene o no que ver con algún recuerdo personal o evento familiar, nunca lo sabremos. Durante toda su vida Lazo fue una persona extremadamente discreta en cuanto esas “heridas” juveniles, dejando para siempre ocultos los códigos cifrados de sus obras más poéticas.
Texto de James Oles
Notas
1. Este texto se deriva en gran parte de mi ensayo “Agustín Lazo: Las cenizas quedan”, en Oles, James, Agustín Lazo, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2009, pp. 11-72, además de los ensayos cortos en el catálogo comentado en el mismo libro.
2. Comentario en Malba. Colección Costantini, México, Landucci Editores, 2001, p. 214.
3. Helm, MacKinley, Modern Mexican Painters, New York, Harper & Brothers, 1941, p. 172
4. Agustín Lazo, México, Casa de Bolsa Cremi, 1988, p. 73; Latin American Art, Part II, Sotheby’s, Nueva York, 22 de noviembre de 1995, lote 181. Los títulos de las obras no identificadas con imagen son: El 1º de mayo, El subsuelo, Instituto de belleza, Casa de salud, Propiedad artística, La evidencia del absurdo y Las sorpresas del regreso.
5. Helm, MacKinley, op. cit., p. 172.
6. De hecho, Lazo fue uno de los muy pocos artistas mexicanos bien familiarizados con el surrealismo antes de la llegada de André Breton en 1937.
7. Ésta era una postura fundamental del círculo cercano a Contemporáneos. Cf. García Gutiérrez, Rosa, Contemporáneos: la otra novela de la Revolución Mexicana, Huelva, Universidad de Huelva, 1999, p. 89.
8. Reproducida en Oles, James, op. cit., p. 56.
9. Villaurrutia, Xavier, presentación sin título de la Exposición Lazo, México, 1932, texto recopilado en Oles, James, op. cit., p. 194.
10. Ibid.
11. Helm, MacKinley, op. cit., p. 172.
12. Villaurrutia, Xavier, op. cit.
Título: El examen
Año: 1930
Técnica: Tinta y gouache sobre papel
23,4 x 34,4 cm
Nro. de inventario: 2001.105
Donación: Eduardo F. Costantini, Buenos Aires
Fuera de exposición